martes, 13 de octubre de 2009

Elefantes



El crucero irrumpió en la ciudad con vespertina naturalidad. El día había transcurrido sin sobresaltos: una jornada más como vigilante en las canteras del desierto y las 50 millas de retorno a casa, justo antes de que llegara la tormenta de arena que toca los jueves y que deja abandonados a su suerte a los que no alcanzan a tomar el último autobús de vuelta.
Quizás una medición errónea lo habría llevado por una ruta equivocada; tal vez la desidia de atracar en puertos mediterráneos desde hacía más de diez años condujo al capitán a llegar hasta aquí; o, tal vez, el cansancio acumulado del propio barco lo hizo aparecer frente a mi casa, como un elefante agrietado bajo el inextinguible sol de África, sin rumbo, sin faros, sin mar.

1 comentario:

  1. ¿Puede una ruta ser equivocada o, en cambio, somos nosotros los que nos equivocamos de ruta?

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