jueves, 22 de abril de 2010

La luna de Spolyon


Pensé que sería una broma. La nave venía ambientada gracias a ese vodka destilado en la cámara de despresurización y todo el equipo se contagiaba del sentimiento festivo de la vuelta a casa. Supuse que sería una buena idea brindar por el comandante William, pues, al fin y al cabo, que todos supiéramos que estaba aquejado de una enfermedad terminal había hecho más fácil aceptar el error humano que lo había lanzado a la galaxia, conformando así una pieza más de toda la basura espacial que veníamos arrojando en los últimos 70 años. Pero nadie me siguió en el brindis. Cuando volví a lanzar mi copa al techo de la nave en busca de complicidad, Harry me miró fijamente y me dijo: “vuelve a pronunciar el nombre del comandante y te dejamos en la primera luna que veamos”. El alcohol ya había realizado su trabajo por mí: estaba completamente borracho como para dirimir si lo que Harry me había dicho formaba parte de sus inesperadas bromas o, por el contrario, se trataba de una amenaza en toda regla.
En el momento en el que me tiraban a la décima luna de Spolyon, alguien tuvo el arrojo de gritar:
“William no estaba enfermo; simplemente era insoportable, como tú”.