jueves, 29 de octubre de 2009

Preguntas en el aire



“¿Cuánto tarda una paloma en dar la vuelta a la ciudad?” La pregunta estaba lanzada con desgana, como si hubieras decidido llenar el tiempo con cuestiones peregrinas. Ante mi silencio dijiste: “Mira aquélla de allí; no la pierdas de vista. Cuando la vuelvas a ver, habrá llegado a la punta del espigón, habrá sobrevolado los jardines de palacio y descansado sobre algún seto próximo a una fuente soleada; luego, volverá aquí, como si hubiera viajado durante un día completo”.
“Las palomas no tienen sentido del viaje; vuelan por una necesidad vital: batir alas, acicalarse las plumas con el envés del aire y buscar alimento”, contesté. Nunca supe adónde querías llegar cuando me interpelabas de esa forma. Nunca se me dio bien volar ni apostarme en las cornisas para que me diera el aire. El alimento fuiste tú, hasta que ya no volviste a preguntar.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Espirales


De tarde en tarde, nos sentábamos a jugar a las cartas en aquel poyete lleno de verdina. Los tres, resueltos muchachos en pos del azar, nos jugábamos a las cartas las canicas, el sacapuntas metálico, una estampa de Arconada o algún que otro cachivache encontrado de vuelta del colegio. Todo lo que sé de la masturbación, de cómo gustar a una chica, o de cuál de todas las higueras regalaría sus frutos primero lo aprendí con la espalda pegada a la puerta verde. Ante la propuesta vana de dar todos el primer beso bajo su dintel, los tres respondimos que sí.

Nunca hubo nadie tras la puerta, porque siempre dimos como bueno que así fuera. Acordamos la inexistencia de personas tras ella, como también aceptamos que nadie atravesaría el umbral para increparnos por el barullo infantil que montábamos todos los atardeceres.

Aún hoy, cuando la nostalgia me lleva a los ámbitos azules de la niñez, paso por delante de aquella puerta. Una mano ha pintado sobre los cuarterones tres espirales en justa memoria de los que allí nos batimos en amistad. Las recorro con el dedo hasta llegar al centro y luego desando el camino hacia fuera. Me da miedo mirar por la cerradura llena de herrumbre o pegar el oído para escrutar en el viento que sale de ella alguna voz. Temo oír palabras familiares salidas de mi boca hace
, quizás, una eternidad.

lunes, 26 de octubre de 2009

Volver


A Odiseo se le dio mal romper con Calipso y volver a casa. Se le dio tan mal que nunca retornó a Ítaca, a pesar de lo que siempre dijeron las crónicas. El lecho de la princesa de Ogigia le regaló el espejismo estúpido del amor furtivo. Odiseo no regresó porque existía Penélope. Diez años en la guerra y diez deshecho por los caprichos de Poseidón. “Que es un soplo la vida, que veinte años no es nada…” No siempre se puede regresar. Nos jugamos la vida no en la guerra, sino en el recuerdo de ella; nos jugamos el amor cuando el tiempo ha velado nuestras armas, pero no nuestro corazón.

Memorias


Cuando llegó el tiempo de las conmemoraciones, el Excelentísimo Ayuntamiento de la ciudad propuso erigir un monolito en recuerdo del paso del escritor por aquel presidio encalado. Llamaron a su viuda y a su mejor amigo, albacea del autor a cuya memoria se había rendido por el bien de los réditos que unos cuantos manuscritos, hallados para la ocasión muy oportunamente, una importante editorial publicaría en breve; justo a tiempo para coincidir con el estreno mundial de un biopic basado en la biografía del autor y protagonizado por la rutilante estrella Karl Montgomery, socio numerario de la Fundación para el Progreso de la Cultura y uno de los mayores accionistas de la farmacéutica Kill-Bird, importante laboratorio que había logrado dar con la fórmula de la vacuna que pararía –hasta llegar a descubrimientos más certeros, pero tristemente más caros– la incipiente plaga del virus F3r12304, nombre del modelo con que casualmente la marca de automóviles TRW había bautizado su último modelo.

Todo fue un éxito. El evento se cubrió con todo lujo de detalles, aunque apenas hubo tiempo para ver el emocionado rostro de la enlutada mujer ni la hermosa factura del monumento conmemorativo, entre tanto coche oficial y tanta estrella de cine. Las hemerotecas darán cumplida cuenta de todo lo que allí aconteció.

Para los melancólicos queda la obra del poeta; para los más pragmáticos, un fastuoso edificio compartido por importantes marcas con el nombre del celoso albacea.

jueves, 22 de octubre de 2009

Pasos perdidos


Los meandros se cruzaron en su parte más erosionada. Así, cuando la geología aprovecha las últimas oportunidades, sólo se puede llegar a una situación entre terapeútica y ficcional. De esta manera es como llegamos a encontrarnos: desmantelando el pasado que no podía existir para ninguno de los dos, soplando el esmalte de las uñas para que, una vez seco, no mostrara la suciedad de tanto camino. Y mientras, la presencia de unos pasos de fantasmas que, tanto tú como yo, nos empeñamos en no reconocer. No me digas “amor”; otra vez no.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Amor de verano


La iniciación sexual de Quirón fue gallinácea. El corral de su tío pronto se convirtió en un vergel repleto de odaliscas emplumadas en las que saciar su desaforada libido. Lo notó por dos detalles: cuando el vello prorrumpió en unos hirsutos pelillos que daban a su barbilla un aspecto cómico y cuando sintió el vigorizante placer de la tirantez pélvica.

El siguiente escalón (siempre en busca de sensaciones más placenteras) se situaba en el universo ovino. Sus horas de pastoreo, solitarias y eternas, contribuyeron a que Quirón se familiarizara con el contoneo procaz de las ovejas. Vino a enamorarse de dos: la Fernanda y la Morena. Este amor lo empujaba a mantener relaciones con la una y con la otra a escondidas. Sabía que los celos de ambas las llevarían a la depresión, un verdadero riesgo en tiempos en los que la lana se estaba pagando bien. Tras la ruptura (él siempre pensó que ellas mismas hablaron del asunto y acordaron abandonarlo por despecho), el joven, experimentado amante entre tanta paja de establo y corral, buscó los beneficios del bucolismo en otras cortes. En una luminosa mañana de agosto, la reina apareció tras un castaño. Ya nunca se separó de ella.

martes, 20 de octubre de 2009

Campos Elíseos

Aprendí a montar en bici en el salón de mi casa. Vivíamos en un séptimo piso de 70 metros cuadrados. Mi padre, temiendo que mi etapa de crecimiento dejara al velocípedo obsoleto demasiado pronto, hizo una inversión de futuro: compró el más grande que había en el almacén. Sillas, mesa de camilla, televisor, mueble bar, mesita auxiliar, cable de teléfono, dálmata de cerámica, manita de hermano jugando en el suelo… Todo, absolutamente todo, fue arrasado por la rueda delantera en repetidas ocasiones. A los dos meses de práctica y destrucción, logré controlar la máquina para sortear todo elemento enemigo. A los tres, ya estaba aburrido.

Durante el cuarto mes, animado por las gestas que veía en el Tour de aquel verano, sopesé la posibilidad de lanzarme a otros espacios. La bici no cabía en el ascensor; había que despojarla de las ruedas y el manillar, pero mi dominio había llegado a ser de tal magnitud que no me asustó tirarme escaleras abajo con ella.

Odio a la gente que tiene la manía de no cerrar las puertas. Los vecinos del segundo tenían tantos hijos (nueve) que no podían clausurar la salida de su casa porque no cabían; también porque algunos de los niños tenían que bajar a la calle a hacer sus micciones y deposiciones cuando algún ingrato hermano se demoraba en la salida del baño. Allí fue, casi en el final del recorrido, cuando quedaban tres escaleras para alcanzar la meta y me colé en casa de los Postigo. Recorrí un breve pasillo y fui a parar a la pantalla del televisor, justo cuando Armstrong levantaba sus brazos en señal de victoria a la llegada de los Campos Elíseos. Faltó besar a las chicas.

lunes, 19 de octubre de 2009

Luces de la gran ciudad


Tras la catástrofe, el último recuerdo es el más vivo y el más duro. Las máquinas llegaron temprano. El bostezo cobrizo del sol desalaba de escarcha las ventanas. Nos dieron tiempo para tomar lo más preciado: para mí, las últimas flores del jardín trasero; para mamá, una caja de lata repleta de fotos.

Después de acomodarnos en el excelente piso-estudio que la constructora nos ofreció “en régimen de alquiler con derecho a compra”, mamá sacó algunas de las fotos de la lata. Dispuso cuatro de ellas sobre una mesa baja del nuevo salón: la primera, agrietada y comida por la polilla, mostraba una calle a medio adoquinar por donde corrían chiquillos enclenques y mal vestidos; la segunda era de color sepia y recogía una escena familiar dentro de un patio de vecinos; la tercera, perfilada por un borde blanco que contrastaba con la negrura de la imagen, parecía más antigua que las anteriores, y ofrecía los restos de una pequeña casa de pueblo; y la última, a color, parecía recién llegada al universo. En ésta se podía observar el cielo azul, azul como el último aleteo de una llama de gas a punto de extinguirse. “Siempre nos vamos de donde crecen las flores”, dijo mi madre. Luego recogió las fotos, salió al balcón y se asomó a ver las luces de la gran ciudad.

domingo, 18 de octubre de 2009

Pájaros del paraíso


Abel me dijo que venía del jardín de las Hespérides, que las manzanas doradas estaban agotadas, pero que vendían, para turistas curiosos y yernos atentísimos, unos vistosos pájaros apoyados en una ramita de zahorí. Su particularidad reside en que la que vuela es la rama que lo soporta, no el animalito. Ahí está el problema: que nunca se posa porque ya está posado y se pasa el día de un lado a otro de la casa, sin descanso y sin tino. Cuando logro agarrarlo, intento separarlo de la dichosa rama; imposible, se pone a gritar como si le estuviera arrancando el alma; como Abel, cuando se baja de su espléndido descapotable y camina hacia casa para buscarme.

jueves, 15 de octubre de 2009

Un agujero en el cielo


Una barra de pan, un litro de leche y algo de mantequilla cuestan en el mercado celestial regentado por el granuja de san Pedro el sueldo de un día de un arcángel. Las manifestaciones en contra, pidiendo un ajuste de precios que se adapte al salario mínimo interangelical, están dando al traste con la tan asentada armonía del cielo. El ministro de finanzas se ha reunido con el titular de una nueva cartera creada ad hoc –el ministerio de la autoinmolación– para remediar una situación que por repetida no deja de ser grave y que, además, está llevando al caos al celeste imperio: el suicidio colectivo de querubines sometidos a la crudelísima dictadura de un ERE divino.
La ceremonia se repite día tras día en un agujero que poco a poco se va haciendo mayor, aunque las autoridades se empeñen en ribetearlo con hermosas formas renacentistas. Los suicidas se despojan de su aureola, lanzan una última mirada hacia arriba y dan una bocanada de ozono antes de precipitarse al vacío. Algunos dicen que huyen a un mundo mejor; aún no ha vuelto nadie para confirmarlo.

miércoles, 14 de octubre de 2009

¡Que viene el lobo!


Los cerdos arquitectos damnificados por las últimas fechorías del lobo local se han visto nuevamente acosados por el infortunio y la mala fe de la alimaña. Ésta no tuvo ningún empacho en echar abajo las casas que los tres hermanos habían construido en un alarde de arquitectura neo-ecologista que combinaba tradición y diseño postmodernos. Varios fueron los premios que recogieron a lo largo de los últimos años en bienales mundialmente famosas por su complejo paja-hierba-cemento, una original triada de casas que han ocupado las portadas más célebres del mundo de la construcción y que ahora, tristemente, no volveremos a ver en su forma original.
El ayuntamiento les proporcionó un hogar la semana pasada, a la espera de que se iniciaran y terminaran (sine die) los trabajos de recuperación de este tótem de la arquitectura moderna. El lobo, al que se vio por las inmediaciones del lugar, presuntamente ha comenzado a cometer pequeños hurtos (una bicicleta, una toalla y una garrafa de aceitunas) que están minando la moral de los cerdos.

martes, 13 de octubre de 2009

Elefantes



El crucero irrumpió en la ciudad con vespertina naturalidad. El día había transcurrido sin sobresaltos: una jornada más como vigilante en las canteras del desierto y las 50 millas de retorno a casa, justo antes de que llegara la tormenta de arena que toca los jueves y que deja abandonados a su suerte a los que no alcanzan a tomar el último autobús de vuelta.
Quizás una medición errónea lo habría llevado por una ruta equivocada; tal vez la desidia de atracar en puertos mediterráneos desde hacía más de diez años condujo al capitán a llegar hasta aquí; o, tal vez, el cansancio acumulado del propio barco lo hizo aparecer frente a mi casa, como un elefante agrietado bajo el inextinguible sol de África, sin rumbo, sin faros, sin mar.

lunes, 12 de octubre de 2009

Desagüe


Tú, como mamá, no entiendes que lo que ella me cuenta está tan lejos de mi corazón como el amor de papá de su piel. Siempre la misma historia cuando vuelve a casa: el abrazo, los latidos acelerados, la voz entrecortada que narra la imposibilidad de un rebrote y las lágrimas que me corren por la cara. Sé bien que no son mías, que son de ella, como éstas de ahora sé que son las tuyas, porque a las muñecas feas, aunque te empeñes en demostrarme lo contrario, también les late el corazón, susurran al oído y lloran cuando se las abraza.

domingo, 11 de octubre de 2009

Hora punta



Es difícil salir del infierno los días festivos a hora punta. Aquella curva que deja atrás el azufre y el fuego aparece con una normalidad pasmosa. Los salvoconductos, la “mordida” a los guardias y los pedidos de algunos vecinos de tortura se esfuman en cuanto salimos al asfalto. Libertad vigilada siempre, aunque no me crea lo de “Dios te ve” y “El diablo te susurra al oído”. Lo más fastidioso fue olvidar la cartera. No oí nada cuando decidí atracar la gasolinera ni creo que tampoco me viera nadie (exceptuando el dependiente antes de caer al suelo). Al fin y al cabo siempre toca volver.