lunes, 22 de febrero de 2010

Salto al vacío


El salto requería todo el talento atesorado por una familia de escarabajos peloteros de rancio abolengo. El insecto no sólo le confiaba la diana a la juventud de sus élitros y alas sino también a la selección genética que le había hecho llegar hasta ese mismo día. Saltar o no saltar. Tal vez lo más acertado fuera, en el mejor de los casos, seguir haciendo vida en la planta superior de la casa, donde la enredadera que caía desde la balda más alta de la biblioteca lo había nutrido en las últimas semanas. Luego venía lo de ver otros mundos, sortear peligros y conocer la llamarada color azul abismo del amor.
Esto último le dio ánimos para decidirse. Flexionó las patas traseras, se encomendó a San Francisco de Kafka, patrón protector de los coleópteros (no ése de Asís, tan burdamente encumbrado por hagiógrafos insulsos) y brincó con todas sus fuerzas.
También fue mala suerte el leve desajuste en la medida, el hecho de caer en el último escalón y que Alicia, siempre tan cuidadosa con las plantas, iniciara el ascenso hacia la biblioteca para regar la enredadera.
Ni el escarabajo ni Alicia oyeron el crujido.

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