domingo, 7 de febrero de 2010

Tan nada


Zappeti había pagado unas cuantas miles de liras por traer el mármol de la cantera en la que había besado por primera vez a Laura. La desnudez de ella retornaba a su memoria tantas veces como las fumarolas del Etna se abismaban hacia el cielo de la isla. Pero, con el paso de los años, la memoria que atenazaba aquella noche se había visto destensada poco a poco.
La vida se le fue sentado en el café mientras husmeaba tras los visillos la vuelta de ella. Un día Laura desapareció para siempre. El abrupto comentario de que la insularidad era una condición para mediocres debería haberle hecho sospechar que no volverían a escurrirse hacia el paisaje marmóreo donde se susurraron los sueños.
Zapetti remueve el café; observa el pequeño y oscuro torbellino que él mismo ha creado en su taza. Frente a él se sienta el maestro Sforzi, el cantero artesano cuyos frisos han engalanado las fachadas de los últimos palazzi de la ciudad. Se criaron juntos, pero nunca fueron buenos amigos, tal vez porque reconoció su sombra abrazada a la sombra de Laura una de las muchas noches de aquel bello verano en que la luna retardó una semana el fin del plenilunio.
“Sólo tú la viste tan cerca como yo; sólo tú puedes devolvérmela. Pago tu traición y tu memoria. Tan poco y tan nada”.

1 comentario:

  1. Ese abrupto comentario es la mas violenta erupción de desamor que contempló el Etna.
    Me alegra vuestro retorno a esta ciudad silente que vuelve a latir.
    VALETE.
    Lola

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