martes, 2 de marzo de 2010

La soledad de los gatos


A ella le gusta traer a los hombres a casa con el mismo subterfugio: estoy sola; apenas tenía ganas de dar una vuelta y aquí me ves, tomando algo contigo cuando hace nada tenía una relación de la que estoy saliendo. Me he tomado tres cervezas en el baño antes de venir aquí. Es lo que hago cuando no tengo valor. Luego la rutinaria advertencia de te dejo dormir conmigo si eres bueno. Menuda estupidez. Llegan a casa, les sirve una copa caliente a la presa (nunca tengo hielo en el frigo cuando hace falta) y les cuenta lo de los bodegones (copio a Sánchez Cotán por aquello del vacío) y los bonsáis (me aficioné a ellos por él). Él es el de siempre, aunque no sé cuál de todos ellos exactamente. No creo ni que existiera alguna vez.
Una vez completada la ceremonia de recreación del pasado, vendrá la cama y la camiseta prestada para el nuevo él (no tengo otra; es un derviche en plena danza).
Por la mañana, todos corren a la floristería de abajo a comprar un ejemplar no demasiado caro que ella, previamente, ya le ha señalado a Pedro el dependiente como su mayor ilusión. Todos piensan que ella colecciona bonsáis… Qué ilusos. Por lo que a mí respecta, observo con desconcierto que este jardín creciente no me regala ratones. Los ratones acostumbran desde hace tiempo a dormir sólo con ella.

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