miércoles, 21 de octubre de 2009

Amor de verano


La iniciación sexual de Quirón fue gallinácea. El corral de su tío pronto se convirtió en un vergel repleto de odaliscas emplumadas en las que saciar su desaforada libido. Lo notó por dos detalles: cuando el vello prorrumpió en unos hirsutos pelillos que daban a su barbilla un aspecto cómico y cuando sintió el vigorizante placer de la tirantez pélvica.

El siguiente escalón (siempre en busca de sensaciones más placenteras) se situaba en el universo ovino. Sus horas de pastoreo, solitarias y eternas, contribuyeron a que Quirón se familiarizara con el contoneo procaz de las ovejas. Vino a enamorarse de dos: la Fernanda y la Morena. Este amor lo empujaba a mantener relaciones con la una y con la otra a escondidas. Sabía que los celos de ambas las llevarían a la depresión, un verdadero riesgo en tiempos en los que la lana se estaba pagando bien. Tras la ruptura (él siempre pensó que ellas mismas hablaron del asunto y acordaron abandonarlo por despecho), el joven, experimentado amante entre tanta paja de establo y corral, buscó los beneficios del bucolismo en otras cortes. En una luminosa mañana de agosto, la reina apareció tras un castaño. Ya nunca se separó de ella.

2 comentarios:

  1. ¿5 más uno a la sombra de la encina o simplemente recuerdos de Puerto Serrano?

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  2. Amigo Anónimo:
    ¿Usted qué cree?

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